Oct 14
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Rick Joyner

       El apóstol Pablo escribió esto a los corintios—y a nosotros—en 2 Corintios 11:2-3: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo.

       Quizás lo más devastador que la religión institucional ha hecho a la fe cristiana es complicarla, haciendo que los cristianos sean más devotos de los rituales y principios que de simplemente conocer a Cristo y seguirlo. Esto condujo a un largo período de la historia cuando parecía que el verdadero cuerpo de Cristo—aquellos que buscaban simplemente caminar con Cristo, conocerlo y amarlo—había llegado a extinguirse. Pero no fue así. Siempre ha habido un remanente, al que el Señor llamó “el pequeño rebaño,” que permaneció fiel a Él y dedicado a seguirlo, no al dogma.

       A lo largo de la historia, los fieles permanecieron como un pequeño rebaño, fueron continuamente perseguidos y siempre estuvieron en peligro de extinción, muy parecido a la comunidad judía de aquellos tiempos. Pero el Señor preservó a Sus fieles. Sin importar que “el mundo entero esté bajo el poder del maligno,” toda autoridad le ha sido dada a Jesús, y nada le sucede a Sus fieles a menos que Él lo permita.

       Algunos de los factores importantes son que algunos de los grupos “marginales” originales del cuerpo de Cristo se organizaron y finalmente se convirtieron en “el establecimiento.” Luego, fueron considerados la encarnación del cristianismo por el establecimiento cultural y gubernamental, aun cuando muchas de sus prácticas y enseñanzas eran contrarias a lo que Jesús y los apóstoles enseñaron.

       Aquellos que se aferraron a las prácticas y enseñanzas centrales de Cristo—y a Él—fueron entonces considerados los grupos marginales y fueron acusados de ser herejes por el cristianismo institucional de ese tiempo, el cual llegó a ser considerado “la iglesia” por los gobiernos civiles. Así que parecía que la iglesia del mundo había prevalecido, tal como parecía que el diablo había prevalecido sobre Cristo cuando fue crucificado.

       Sin embargo, sabemos que por medio de la cruz el diablo fue derrotado para siempre. Las victorias de Dios a menudo parecen derrotas para los que tienen una mentalidad terrenal, y el dominio que la iglesia del mundo obtuvo sobre el pequeño rebaño del Señor parecía tan total que los gobiernos e instituciones de este mundo la consideraron la verdadera representante del cristianismo.

       No obstante, lo que esto hizo solo contribuyó a los planes supremos del Señor y proveyó las condiciones en el mundo en las cuales el verdadero cuerpo de Cristo podía crecer y prosperar espiritualmente, llegando a ser como su Salvador y haciendo las obras que Él hizo, aun mientras eran afligidos y perseguidos. El verdadero estado de los verdaderos siempre será estar bajo persecución por los poderes que ahora gobiernan sobre esta “presente era maligna.”

       El verdadero cuerpo de Cristo es lo que el cielo reconoce que es, no los hombres terrenales. Aunque permanezca como un “pequeño rebaño” que solo los de mente espiritual y celestial pueden ver, ellos llegan a ser parte de Su reino que no es de este mundo, para ayudar a preparar el camino para la segunda venida del Señor y Su reino.

       El sacrificio del Señor en la cruz ha redimido al mundo, y a su debido tiempo, el Señor tomará Su autoridad sobre el mundo. Sin embargo, por casi dos mil años (dos días proféticos), Él ha estado edificando Su ciudad en el cielo. Por eso la ciudad que Dios está construyendo debe descender del cielo a la tierra. La ciudad que Él está edificando está compuesta de Sus fieles vencedores de este mundo hasta el fin de esta era. Está compuesta de aquellos que vencen al mundo viviendo una vida de la cruz, siendo crucificados con Cristo y entregando sus vidas en este mundo para seguirlo.

       La verdadera naturaleza de Su reino “no es de este mundo.” Al entender esto, podríamos sentirnos tentados a considerar que nuestros enemigos son las instituciones del cristianismo que fueron construidas por el mundo y se han casado con los caminos de este mundo en lugar de esperar fielmente al Señor. Sin embargo, no lo son. Pueden ser opositores e incluso asesinos de los fieles, pero no son nuestros enemigos, ni tampoco las personas en ellas. ¿Por qué?

       Aunque el cristianismo institucional ha perseguido tanto al “pequeño rebaño,” debemos tener presente que las personas nunca son nuestros enemigos, sin importar lo que hayan hecho o puedan hacer en el futuro contra el Señor y Sus fieles. No luchamos contra carne y sangre, sino contra las fuerzas espirituales que los controlan. El reino del Señor no es de este mundo, sino espiritual, y por lo tanto la batalla que debemos pelear es espiritual. Las personas de este mundo están todas en esclavitud bajo los poderes de esta era, y somos llamados a ayudar a liberarlas con la verdad del evangelio.

       Nuestra victoria no consiste en herir o destruir lo que se llama “Babilonia la Grande” en Apocalipsis, sino en salvar a las personas que están dentro de ella. Habrá un tiempo cuando el mensaje será enviado: “Salid de ella, pueblo mío” (ver Apocalipsis 18:4). Esto indica que, hasta que este sistema sea destruido, tiene aún parte del pueblo del Señor en él.

       El mensaje de salir de esta bestia debe venir del Señor, y la destrucción de ella viene del Señor. Nuestro trabajo es ser fieles a Él y estar preparados para recibir a aquellos de este sistema que han luchado contra Él y Sus verdaderos. Entonces, este sistema será destruido tan completamente que todo el mundo se maravillará de ello y llorará por ello, como deja claro Apocalipsis 18.

       La próxima semana continuaremos cubriendo “Babilonia la Grande,” así como la respuesta del Señor a ella.

 

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