Podemos ser humildes y contritos, como aquellos con quienes el Señor quiere edificar Su casa, pero esto no garantiza que no caigamos en las mismas trampas que otros han caído. Ser humildes y contritos es una buena base para otras cualidades que necesitamos, pero se requiere más. Nuestra confianza no puede estar en nuestra humildad, sino en Dios, a quien solamente debemos seguir.
Le seguimos al conocer Su voz y responder solo a Su voz (ver Juan 10), y al permanecer llenos de Su Espíritu, quien fue enviado para guiarnos a toda verdad. Toda verdad está en la Verdad, Jesús. Para ser Su morada, debemos crecer hasta llegar a ser como Él.
Entonces, la humildad es necesaria para mantenernos en el camino. La verdadera humildad es, ante todo, el entendimiento de que sin Él no podemos hacer nada. Con este conocimiento, seremos mucho menos propensos a intentar algo sin Él. Recordemos siempre que “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (ver Santiago 4:6, 1 Pedro 5:5). No hay tesoro en la tierra tan valioso como la gracia de Dios, y una definición de humildad sería mantener esto en el centro de nuestra mente y corazón. La arrogancia y la presunción son enemigos mortales. Estas causaron la primera caída y casi todas desde entonces. La humildad no es el camino de la vida, pero sí es la manera de permanecer en él.
He sido redundante al compartir algunos de estos principios básicos que nos ayudan a permanecer en el camino de la vida y a ser parte de lo que Dios está edificando, porque saber estas cosas no significa que las estemos haciendo. Las repetidas reprensiones, advertencias y desafíos a las siete iglesias en Apocalipsis también son necesarias. Para entenderlas, debemos examinar algunos de los tiempos más oscuros de la historia humana y cómo gran parte del cristianismo sigue haciendo lo que llevó a esa terrible oscuridad que se manifestó a través de la iglesia. Si solo estamos viendo la paja en los ojos de otros y no vemos la viga que está en los nuestros, estamos fallando en ver lo que debemos ver.
Una vez más, la “Gran Ramera” en Apocalipsis es la iglesia del hombre que no pudo permanecer como una virgen pura y casta mientras esperaba a su Esposo, el Señor. En cambio, se casó con los caminos del mundo. Su obra “subió de la tierra”, como resultado de una mentalidad terrenal, no de buscar lo que es de arriba.
Después de ver lo que estamos por examinar, podemos amargarnos hacia esta falsa iglesia, tanto en la historia como en su manifestación actual. Debemos recordar que no hay amargura en el Río de la Vida, ni en el Camino de la Vida, y tampoco puede haberla en aquellos que lo transitan. Así como la primera prueba de Israel en el desierto fue convertir las aguas amargas de Mara en dulces, nosotros también debemos aprender primero a hacer lo mismo. Toda cosa amarga que le ha sucedido a la iglesia obró para bien en nosotros, como el Señor lo prometió, por lo tanto, incluso su recuerdo debe ser dulce para nosotros, no amargo. Esto solo puede suceder al llevarlas a la cruz, así como Moisés convirtió las aguas amargas de Mara en dulces al arrojar en ellas el árbol que representaba la cruz.
En lugar de amargarnos por lo que aprendemos de la historia de la iglesia y caer en el pensamiento de que somos mejores que ellos, debemos considerar que, si hubiéramos vivido entonces, muy probablemente habríamos hecho las mismas cosas. Aún peor, seguimos haciendo las mismas cosas hoy, solo que con más sutileza. No es solo un cliché decir que, independientemente de la depravación que veamos en otros, “si no fuera por la gracia de Dios, yo estaría en su lugar.”
Por esta razón, al observar los errores terribles de la iglesia en la historia, en lugar de pensar que fueron “ellos,” consideremos cómo fuimos “nosotros.” Las mismas cosas que permitieron a la iglesia cometer actos tan diabólicos en la historia, probablemente serían hechas por gran parte de la iglesia hoy, si tuviéramos el poder político que tenía la iglesia en la Edad Media. Estas cosas fueron hechas por personas que profesaban ser cristianas, a sus hermanos cristianos que no sostenían las mismas doctrinas que la iglesia institucional. Aquellos que fueron perseguidos se aferraron a Cristo en medio de las peores persecuciones que el mundo ha visto hasta ahora, como veremos.
Pocos cristianos hoy conocen esta historia, o si han tenido un atisbo de ella, pocos desean aprenderla. Debemos tener el valor de enfrentar estos hechos del pasado si el cristianismo quiere liberarse de lo que los produjo. Aun así, debemos tener en cuenta que está la iglesia del hombre, de la cual se nos dice en Apocalipsis que “subió de la tierra,” y está la iglesia de Dios, que está siendo edificada de arriba hacia abajo, descendiendo del cielo. Es parte del reino que “no es de este mundo.”
En prácticamente todas las obras de los hombres, incluidas las iglesias, hay una mezcla de obras de la tierra y de lo alto. Sin embargo, al final de esta era, la cizaña será quitada del trigo, y el Señor tendrá una iglesia que será “una novia pura y sin mancha.”
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