Jul 5
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Rick Joyner

       

          Como abordamos la semana pasada, el Señor podría haber derrotado al diablo y a todo el mal con un movimiento de su dedo meñique inmediatamente después de Su resurrección. Él podría haber eliminado todo el sufrimiento y la injusticia en ese momento, pero no lo hizo por nuestro bien. En lugar de ello, se ha permitido que toda la era de la iglesia sirva de entrenamiento para aquellos que están llamados a ser hijos e hijas de Dios y a reinar con Él. Qué testimonio será para el universo cuando aquellos que han salido de las grandes tribulaciones de esta era, especialmente al final, sean hechos dignos de gobernar sobre toda la creación con Él.

          Ser adoptados como hijos e hijas de Dios y gobernar con Él es el más alto llamado. Las pruebas que demuestran nuestra fidelidad a Él son importantes, pero no se trata sólo de eso. También debemos aprender los principios de autoridad en Su reino, y lo que significa gobernar como siervos y crecer en sabiduría y competencia. Entre un tercio y la mitad de todas las enseñanzas de las Escrituras sobre la justicia se refieren a la mayordomía, es decir, a administrar bien lo que Él nos ha confiado. 

          En la parábola de los talentos, los que administraron bien lo que se les había confiado fueron llamados "siervos buenos y fieles". Los que no administraron bien sus talentos, sino que los enterraron y descuidaron, fueron llamados "esclavos malos y perversos". Puesto que estamos llamados a hacer todo "como para el Señor", cada responsabilidad o asignación que nos da el Rey de reyes debe hacerse con la excelencia y la devoción que Él merece.

          Nuestro fundamento para una buena administración debe ser nuestra devoción al Rey. A medida que aprendemos a hacer esto, incluso en las cosas más pequeñas, Él nos hará gobernar sobre cosas más grandes. Al no desperdiciar nuestras oportunidades de hacer esto, creceremos en nuestra capacidad de gobernar sobre lo que Él nos ha confiado. No se trata sólo de los resultados que obtengamos en esta vida, sino que es más importante prepararnos para gobernar con Él en la era venidera.

          Gobernar con Jesús será muy diferente a los gobiernos de esta época. En el segundo gran sermón de Pedro después del día de Pentecostés, dijo que el cielo tenía que recibir a Jesús hasta "el período de la restauración de todas las cosas" (ver Hechos 3:21). Como declaran muchas profecías bíblicas, la tierra será restaurada a su paraíso original. Todo lo que se perdió en la caída del primer Adán será recuperado por Cristo, "el último Adán" (véase 1 Corintios 15:45). Los que gobiernen con Cristo serán agentes y líderes de esta restauración. Esto comienza con la humanidad, pero incluye la tierra y todo lo que hay en ella. Al final, los leones comerán paja como los bueyes y se acostarán con los corderos, y habrá paz y armonía entre todas las criaturas.

          ¿Cómo puede lograrse esto a través de nosotros si ni siquiera podemos llevarnos bien entre nosotros? Incluso cuando sólo había dos hermanos en la tierra, no podían llevarse bien. Tal vez por eso la oración y la devoción más importante en el corazón del Señor en Juan 17 antes de Su crucifixión fue por la unidad de Su pueblo. Y si éste era el principal deseo de Su corazón, ¿no debería ser también el nuestro? Entonces, ¿qué haremos hoy para llevarnos bien con los demás y buscar la unidad de Su pueblo? ¿No debería ser ésta nuestra principal prioridad cada día?

          En Hebreos 12:14 se nos ordena: "Buscad la paz con todos los hombres, y la santificación sin la cual nadie verá al Señor". ¿Qué haremos hoy para buscar la paz con los demás, empezando por aquellos con los que tenemos más discordia? Esta es una disciplina básica que conduce a la santificación que se nos dice que debemos tener para ver al Señor.

            El siguiente versículo explica cómo buscamos esta santificación: "Cuídense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados." (Hebreos 12:15 NBLA). Nuestra norma en la vida debería ser asegurarnos cuidadosamente de no decir o hacer nada que pueda ser usado para impartir amargura o división. Controlar nuestra lengua para no hacer daño es importante, pero más que no difundir amargura, debemos dedicarnos a difundir vida y paz.

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