Mar 1
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Rick Joyner

       Lo primero que el Señor le requirió a Abraham para que se convirtiera en el "padre de la fe" fue que dejara su hogar en Ur de los Caldeos: los babilonios. Como se nos dice en Hebreos 11:8-10:

       Por la fe, Abraham, al ser llamado, obedeció saliendo al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.

Por la fe vivió como extranjero en la tierra prometida, como en tierra ajena, habitando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa;

porque buscaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

       Abraham tuvo que dejar la que parece haber sido la mayor ciudad y cultura de su tiempo, y además de eso su familia, a todos y a todo lo que conocía. Tuvo que marcharse incluso cuando no sabía a dónde iría. Sin embargo, él sí sabía lo que buscaba: la ciudad que Dios estaba construyendo y con la que ninguna ciudad de los hombres podría compararse. Este sigue siendo el primer paso en la vida de un verdadero peregrino que busca la ciudad de Dios.

       Dejar atrás lo que puede comprometer nuestra visión y amor por Dios y Sus propósitos fue requerido a Abraham y es requerido a todos los verdaderos hijos en la fe. Dejar todo lo que conocemos es difícil. Por lo tanto, lo que estamos viendo debe ser mayor que lo que hemos conocido. Lo que Abraham vio en su visión de la ciudad de Dios era más real para él que todo lo que veía con sus ojos naturales. Esta es una característica básica de los hijos e hijas de la fe; lo que ven con "los ojos de su corazón" es más real para ellos que lo que ven con sus ojos naturales. Ellos ven lo que otros no pueden ver.

       Considere lo impresionantes que son hoy las ciudades y todo lo que el hombre ha hecho. Los logros y las construcciones de los hombres son ahora mucho más grandes de lo que eran en el tiempo de Abraham. Tal vez por eso las mayores promesas son dadas a los vencedores de la iglesia de Laodicea, la iglesia que lo tenía todo y toda la riqueza que necesitaba en lo natural. Esta iglesia, al ser la última a la que se dirige el Señor en Apocalipsis, representa a la iglesia del final de los tiempos.

       Puede que el mundo tenga ahora más que nunca que ofrecer, pero todos los logros más grandes del hombre y sus tesoros terrenales no pueden compararse con lo más pequeño en el reino de Dios, o Su ciudad que es eterna.

       Los caldeos que Abraham dejó atrás eran los administradores de las mayores maravillas del mundo en aquel tiempo, pero Abraham vio algo más grande. Vio algo más grande que sus relaciones familiares naturales; vio la ciudad que Dios está construyendo.

       Una de las afirmaciones notables sobre los patriarcas es que vivían en tiendas. Esto es extraordinario. Eran tan ricos que los reyes les tenían envidia, y podrían haber construido algunos de los más grandes palacios de la época. ¿Por qué vivían en tiendas? Porque habían visto la ciudad de Dios. Sabían que las más grandes obras del hombre eran insignificantes comparadas con lo que Dios estaba construyendo, y sus corazones fueron cautivados por Su ciudad.

       Los patriarcas también sabían que esta vida no es más que un vapor. No vivían por lo que podían tener en esta vida, sino por la eternidad. Esa es la naturaleza de todo verdadero peregrino que ha visto las obras de Dios. Lo temporal se hace cada vez más tenue, y lo eterno es la realidad en la que viven.

       Por eso Abraham pudo ofrecer a su hijo Isaac, la mismísima promesa de Dios para él. Había visto el Día del Señor y sabía que habría una resurrección y una vida eterna. Jesús confirmó esto cuando dijo en Juan 8:56: "Su padre Abraham se regocijó de ver mi día, y lo vio y se alegró."

       Habiendo visto el Día del Señor, Abraham vio la crucifixión y supo que Isaac era un tipo profético de la crucifixión venidera del Mesías. También vio la resurrección y supo que, al igual que Jesús fue resucitado de entre los muertos, su hijo Isaac sería resucitado. Por eso Abraham, Isaac, Jacob y José exigieron ser enterrados en el lugar que Abraham había comprado para enterrar a Sara, su esposa. Estaba ubicado en lo que sería Hebrón, justo al sur de Jerusalén. ¿Qué sucedió allí cuando Jesús fue crucificado?

       Y Jesús volvió a gritar con gran voz, y entregó Su espíritu.

Y he aquí que el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; y la tierra tembló y las rocas se partieron.

Se abrieron los sepulcros, y resucitaron muchos cuerpos de los santos que habían dormido; y saliendo de los sepulcros, después de Su resurrección, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos (Mateo 27:50-53).

       Abraham había visto el Día del Señor, y había transmitido esto a su familia, o ellos tuvieron su propia visión de ello, pero todos estaban decididos a ser parte de esa primera resurrección en ese día y lo fueron. Ellos vivían para la resurrección, no para esta vida. Debemos notar que Abraham recibió de Dios por la fe todo lo que los hombres de Sinar habían buscado en vano con sus propias fuerzas y sabiduría: una ciudad, acceso al cielo y una semilla en la tierra que finalmente reuniría a todos los hombres.

       El éxito de nuestra peregrinación dependerá del grado en que nos entreguemos a los propósitos eternos de Dios y no a los asuntos temporales de esta vida. Por eso el apóstol Pablo escribió en Efesios 1:18-19:

       Mi oración es que los ojos de su corazón les sean iluminados, para que sepan cuál es la esperanza de Su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de Su poder.

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